El 2 de enero de 2006 me encontraba estudiando la Palabra de Dios y orando para comprender la visión que había tenido el 3 de noviembre de 2005 sobre la parábola de los Talentos de Mateo 25:14-30. En ese momento, antes de terminar mi oración comencé a sentir una sensación de recogimiento muy profundo en mi corazón como si pasara de un estado consciente a un estado donde yo no podía manejar. Oí la misma voz de la visión anterior que comenzó a relatarme sobre la actitud del siervo infiel. “El siervo infiel vive, trabaja, va a la iglesia junto a los demás hermanos cada sábado. Canta himnos, lee la Biblia y saluda al terminar el culto pero su corazón no está con Dios sino consigo mismo. Piensa y vive para sí mismo. Conoce la verdad pero no la practica. Al momento de tomar decisiones la hace bajo la influencia de la sabiduría humana dejando de lado la oportunidad de obrar bajo la influencia del Espíritu de Dios. El siervo infiel de la parábola conocía a su Señor porque en San Mateo 25:24 y 25 dice: “Te conocía que eras hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste, por lo cual tuve miedo y fui y escondí el talento en la tierra. Aquí tienes lo que es tuyo”. El talento que el Señor depositó en las manos de este siervo era divino, no humano. Por eso todo aquel que descuide ese precioso don sufrirá gran pérdida. El siervo de la parábola fue arrojado a las tinieblas de afuera y perdió su oportunidad de ser fiel a Dios. Pero nuestro Padre celestial es grande en misericordia, su amor es amor eterno y su gracia es permanente. Por eso hoy está brindando nuevas portunidades para cambiar esa actitud y consagrar totalmente la vida para servirlo más allá del límite y someter todos las planes, ideas y el terrible yo bajo la poderosa mano de Dios. Así estarán listos para hacer la obra que el Dios del cielo ha dispuesto a realizar con su pueblo a favor de un mundo que perece en el pecado y prepararlo para recibir al Señor Jesucristo cuando venga a buscarlos en las nubes de los cielos y los ángeles con él”. Amén.